La diversidad será sí o sí



No parece que a la luz del cambio de paradigma productivo que nos espera la diversidad disminuya. Al contrario, las diferencias sociales, económicas y culturales se acrecentarán y la escuela será testigo de ellas a través de ésta y venideras generaciones, herederas de esa distopía. De hecho, ya es una realidad en las aulas. Solo hace falta mirar detenidamente para darse cuenta de los efectos perversos de este cambio lento, pero imparable.

Ante esto existen dos actitudes polarizadas que supuran no solo en el ámbito educativo, también en el laboral, en las relaciones sociales, en la política... Una minoría -siempre fue así- apuesta por la inclusión, con los elementos en contra, dando cabida a todas y todos, apostando por un aprendizaje compartido desde la pluralidad de capacidades y contextos. En el otro extremo, una reacción natural, pero inquietante, favorece el rechazo a las diferencias: el miedo. Miedo a perder mi trozo de tarta, a que la pobreza ajena acabe siendo contagiosa. A que mi hijo, hija acabe del lado aciago de la precariedad. La amenaza del otro se expresa de manera explícita como macguffin eficiente en las urnas, o en el crudo ecosistema de relaciones laborales, pero también lo hace en el sistema educativo.

Todo parece augurar que este siglo será sí o sí el siglo de la diversidad, una diversidad que tiene visos no tan lejanos de convertirnos en trabajadores especializados o en mano de obra barata, sin gama intermedia. Y la escuela pública, en el centro de esa transición distópica, deberá acoger -subrayo acoger- a esas generaciones sin futuro cierto, diversas por necesidad, reflejo de su tiempo. Lo hará, sin duda, ya sea plegándose al miedo, segregando en función de las expectativas laborales -ya se está haciendo con más o menos disimulo-, o apostando por la inclusión como valor añadido a largo plazo o como compromiso social inapelable. El tiempo lo dirá, pero ya hay signos que según se interpreten nos hacen ver el vaso medio lleno o medio vacío.

Existe cada vez con más virulencia una opinión pública -la ciudadanía manipulada por intereses ajenos a ella misma- más resistente a la diversidad, más cercana a la segregación en función de renta y contextos sociales de lo que era la generación de la década de los 80 o 90. Esta actitud se hace cada vez más patente en el imaginario de las familias y del propio profesorado. Las familias buscan ecosistemas de aprendizaje afines a su microclima económico y social, viendo con inquietud el mestizaje educativo, al son del miedo que genera (adrede) el sistema financiero y político. 

Por otro lado, no interesa invertir en diversidad; es menos costoso y más beneficioso en las urnas favorecer dentro de un margen sostenible la división social. El profesorado, reflejo de esta realidad fuera de las aulas, acaba por claudicar y creer que la diversidad es causa directa de su precariedad laboral. Un profesorado que hace décadas que no se sentía tan alejado generacionalmente de su alumnado, no solo a causa de la brecha digital, también en hábitos, cultura e intereses. Un profesorado que requiere de medios y formación adecuados que nunca llegan para hacer frente a este nuevo retablo social del que aún solo ha asomado su apéndice. La política educativa no sabe cómo atender a largo plazo esta profunda transformación social y se limita a adoptar un mediocre cortoplacismo, atado casi siempre a su agenda electoral.

El miedo de las familias, alentado por intereses ajenos a la educación, acaba favoreciendo un modelo que aleja cualquier posibilidad de inclusión, pero que se enfrenta a su vez con una realidad inapelable: cada vez somos más diversos y precarios. Esto genera frustración y enfrentamiento social. Pero mal que nos pese estamos condenados a convivir desde la diversidad y llamados a comprender(nos) desde la diferencia en un contexto precario, con previsiones adversas acerca del futuro. Superar el miedo a la incertidumbre a través de la cooperación mutua es un reto que la escuela está llamada a liderar, más aún cuando sabemos que ni el sistema político y menos aún el financiero hará posible.

Comentarios

  1. Estamos sinergiados, pues llevo días pensando en esto. ¿Por qué la innovación social no puede prosperar? o visto de otro modo ¿Por qué continua la innovación tecnológica pareciendo esencial? No conozco ninguna startup social interesada en la escuela y sí muchas empresas interesadas en la tarta del reparto tecnológico de la educación. Suscribo :no interesa invertir en diversidad... ni en formar sociedad, valores, humanidad...eso no da ni rentabilidad económica ni votos en las urnas

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Como bien sabemos, el hecho de haber incorporado el concepto de atención a la diversidad con la Ley General de Educación (1970) no implica que anteriormente a esa fecha no existieran personas que precisaran un apoyo educativo. De hecho, si nos remontamos a las primeras sociedades humanas, aquellos niños que presentaban una discapacidad (y no hablamos aún de trastornos de aprendizaje y otras problemáticas educativas) eran considerados una carga y, por ende, su destino eran la muerte y la miseria. Por ejemplo, en la Grecia Antigua, los espartanos arrojaban desde el Monte Taigeto a las personas con discapacidad, pues no querían que formaran parte de "su bella y floreciente civilización". A lo largo de los siglos, las situaciones de discapacidad o deformidad han sido tratadas de manera natural desde el infanticidio. Será en el siglo XVIII, con la intervención de Pinel en el conocido caso clínico del “Niño Salvaje de Averyron” cuando se comience a trabajar sobre la rehabilitación de los “subnormales”.

    Sin embargo, y como todos bien sabemos, España no iba a la par de otras potencias europeas y no será hasta el siglo XIX cuando se empiecen a reconocer algunas patologías o enfermedades que hasta ese momento habían sido olvidadas. ¿De qué tipo serían? Claramente, se comenzó a trabajar con todas aquellas afectaciones que eran visibles: ciegos, sordomudos, personas con trastorno psíquico. Así, poco a poco se fueron creando escuelas especiales para atender a los deficientes, asociaciones de iniciativa familiar...

    ¿Por qué hemos remontado a las aberraciones realizadas a lo largo de la historia? Porque para comprender dónde estamos y a dónde vamos, es necesario saber de dónde venimos. Así, el concepto de atención a la diversidad hoy en día es una realidad social, política, económica y escolar que ha ido tomando forma y que busca un hueco en cada esfera de la vida diaria. Sin embargo, a pesar del progreso realizado a lo largo de los siglos, aún queda mucho camino por recorrer.

    Tristemente, a pesar de que cada vez existe un mayor reconocimiento aún hay muchos hándicaps que dificultan el avance. Tras los numerosos vaivenes políticos, las fugaces legislaciones educativas (y no educativas) y los recortes en educación, los docentes han experimentado una creciente frustración ya que no cuentan con los conocimientos ni herramientas para trabajar en clase con los alumnos que presenten alguna Necesidad Educativa Especial (NEE). Además, no tienen tiempo suficiente para asimilar e incorporar en sus prácticas educativas los cambios legislativos, y se ven desbordados por la falta de recursos personales y materiales que les permitan dar un apoyo eficaz y, en definitiva, correspondiente a esos alumnos. De esta manera, nos encontramos con profesores, como bien apuntaba Ramón Besonías, más desmotivados y alejados de sus propios alumnos por la mera división social que se está produciendo.

    Ante esta situación, la cúspide ha continuado recortando en educación, sanidad y otros servicios básicos todos estos años, echando la vista a otro lado para no hacerse cargo de los estragos que han causado. Según, el periódico El Economista, los presupuestos de 2018 contemplan una subida del gasto en Sanidad y en Educación del 3,9% y del 3% respectivamente, ascendiendo a 4.251 millones y 2.600 millones de euros. Y según los últimos informes que nos llegan desde Madrid, el gasto en Educación en 2009 era de 4.753 millones de euros. ¿Entonces? El presupuesto en educación está aumentando respecto al año anterior, pero… ¿y respecto a otros años anteriores? ¿Están empezando a considerar la educación o esto es una simple estrategia? No vamos a entrar en la respuesta a estas preguntas, pero lo innegable es que la diversidad es aún una asignatura pendiente que debemos llegar a entender como un compromiso inapelable. Y esto no solo es tarea de los docentes, sino de toda la sociedad en su conjunto.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario